A veces el recuerdo es un hilo que tiembla, una voz que vuelve desde un rincón donde nunca hubo luz. De mi abuela guardo apenas un destello, como si su nombre viviera en un susurro que se deshace. Tenía cinco años y el mundo era demasiado grande, y la ausencia demasiado silenciosa. Un día, de repente, su imagen regresó, golpeando el pecho con la fuerza de lo perdido. Pero el tiempo es una corriente que arrastra, y siento que otra vez su figura se aleja, como una sombra que se desprende del cuerpo, como un perfume que intenta quedarse pero huye. Yo también la extraño sin conocerla del todo, la lloro sin tener dónde sostener el llanto. Mi memoria es un lugar que intenta retenerla, aunque sé que cada día la dejo un poco más lejos.